17 de octubre de 2023

La evolución histórica del Estado nos enseña a comprender el Estado actual

El conocimiento no surge por generación espontánea. Igualmente, el lugar que habitamos, su forma de gobierno, su cultura, su paisaje, es el resultado de eventos históricos que se remontan al inicio de la humanidad. Cuando nacemos en un grupo familiar, poco a poco nos vamos impregnando de los usos y costumbres que se dan en la familia primero y, luego, en los espacios educativos, religiosos y sociales, en general.

A través de ese proceso de socialización conocemos las reglas generales de comportamiento: a bañarnos a diario, a masticar los alimentos con la boca cerrada, a saludar cuando llegamos a un lugar y despedirnos cuando nos retiramos. Todo eso lo aprendemos en nuestras familias por imitación o porque directamente nos lo enseñan nuestros mayores.

También en ese proceso de crecimiento en una familia, escuchamos las historias de nuestros antepasados más cercanos (abuelos, tíos, primos, etc.). Así, poco a poco vamos construyendo nuestro espacio en ese pequeño grupo social.

Cuando ingresamos a la escuela y continuamos nuestros estudios en el colegio, se nos repiten infinidad de hechos históricos relacionados con el surgimiento de nuestro país, Costa Rica. También aprendemos algo de la historia de la región y de la historia mundial. No obstante, pocas veces tenemos la oportunidad de analizar los factores que condujeron al acaecimiento de un hecho que marca la historia de la humanidad y menos aún de conocer la incidencia de ese hecho en nuestro presente.

En el caso de los estudios en torno a los Estados, los especialistas han considerado vital recurrir a la historia para conocer de cerca las formas de organización política a lo largo de la historia de la humanidad. Las prácticas de organización política actuales tienen sus inicios en tiempos remotos.

Los filósofos e historiadores han escudriñado en esos orígenes y han planteado sus hipótesis al respecto. Rousseau plantea el contrato social como una respuesta al momento en que los seres humanos, que por naturaleza son buenas personas, deciden limitar sus libertades para velar por el bien común. Thomas Hobbes es de la idea de que el ser humano es por naturaleza perverso y se requiere de un Estado fuerte para controlarlo. Pero más allá de hipótesis o teorizaciones sobre el tema, lo fundamental es acercarse a los hechos históricos que hayan sido documentos.

Es claro que la ausencia de una organización política haría que el ser humano tuviera que enfrentarse a la “ley de la selva”, en donde la fuerza se impondría a la razón y las personas vivirían ante el temor permanente de perder sus bienes y hasta la vida. Ante esa situación, lo lógico sería que las personas se unieran y cedieran parte de su libertad a cambio de protección.

En una investigación reciente Joerg Baten, Giacomo Benati y Arkadiusz Soltysiak[1], quienes han estudiado las señales de violencia en los cráneos y heridas encontradas en esqueletos de más de 3500 individuos (en un periodo que va de 14 000 años hasta 400 antes de nuestra era, cuando Heródoto inició la historiografía), lograron determinar que la violencia fluctuaba:

Después de esos siglos de mayor violencia interpersonal, el registro arqueológico muestra un descenso durante 1500 años, desde el 4500 hasta el 3000 antes de nuestra era. En ese tiempo, los Estados perfeccionaron su organización, obteniendo recursos a través de los impuestos, y fueron capaces de controlar la violencia social, en parte a través del control militar, pero también fomentando la cooperación mediante festivales religiosos y otros proyectos, como la construcción de templos o palacios, que fomentaron el sentimiento de pertenencia a una sociedad y la reducción de conflictos.

Posteriormente se incrementó de nuevo la violencia en la transición hacia la Edad de Hierro.

Giacomo Benati, uno de los investigadores, considera que este tipo de trabajos permite acercarse a periodos de la historia poco conocidos, además de “comprender qué factores fomentan el conflicto”. Señala que, durante la Edad de Bronce, una de las épocas más desiguales de la historia, la violencia desciende:

[…] En este periodo se observa también una profesionalización de la guerra, con entierros en los que aparecen cada vez mayores cantidades de armas, algo que pudo hacer que, aunque hubiese altos niveles de conflicto, las heridas asociadas a la violencia fueren menos frecuentes entre los grupos que no pertenecían a la casta guerrera. […]

El surgimiento de un contrato social (como planteaba Rousseau) haría pensar en una tendencia cooperativa en la humanidad para alcanzar objetivos comunes. No obstante, Benati señala en la entrevista que le hizo el periodista de El País que los seres humanos estamos inclinados tanto a la cooperación como al conflicto: “En el registro arqueológico vemos que siempre hay cooperación, para construir ciudades y vivir juntos en ellas en grandes grupos, pero también hay conflicto […] Ahora sabemos que la organización institucional y los sistemas legales que ayudan a gestionar el conflicto dentro de una sociedad reducen la violencia, y que los cambios climáticos o la urbanización pueden aumentarla”.

Es por este mismo motivo que los estudiosos de la teoría política dirigen su mirada al pasado, para comprender de mejor forma las instituciones que se han desarrollado a lo largo de nuestra historia, y cómo esas prácticas que algunas veces fueron muy exitosas y otras no tanto, hoy forman parte de las bases de nuestros Estados.

Tanto Francisco Antonio Pacheco (Introducción a la teoría del Estado) como Manrique Jiménez Meza (Derecho público) hacen un recuento de las formas de organización a partir de las polis griegas. Esas ciudades-estado que se caracterizaban por conformar territorios pequeños y comunidades también pequeñas, donde la participación de los ciudadanos era algo cotidiano:

[…] El ciudadano de las polis es gobernante y gobernado. Está tan orientado hacia los asuntos de la ciudad que su vida pública es tan importante como la privada […][2]

Esa forma de organización no impedía que en situaciones de ataques externos las ciudades se unieran para enfrentar a sus enemigos comunes. Particularmente destaca la ciudad de Esparta, donde sus ciudadanos eran guerreros consumados.

No es de extrañar que los principales aportes de las polis griegas estén ligados a la democracia directa: el plebiscito y el referéndum, que se encuentran recogidos en los artículos 168 y 123 de nuestra Constitución Política.

Las polis griegas se ubican desde los años 1200-1100 hasta el siglo VIII antes de nuestra era.

La literatura nos dibuja estas ciudades estado de muy buena manera en el poema épico Ilíada, atribuido a Homero. En ella los líderes de las diferentes ciudades griegas se unen para invadir Troya. Aquí destaca el hecho de que todos los reyes tienen la misma jerarquía, así se elige un primus inter pares, lugar que le es otorgado a Agamenón. Y a partir de esta batalla en Troya se inspira Virgilio para atender el encargo del emperador Augusto y, en la Eneida, narra el surgimiento mítico de Roma.

El Imperio romano se extiende desde el 27 antes de nuestra era hasta el 330 de nuestra era. Roma se convirtió en una potencia militar y se extendió por lo que hoy es Europa, parte de Asia y de África. En Roma solamente los ciudadanos tienen protección de sus libertades; las mujeres, los niños y los esclavos carecían de derechos. El pater familias podía decidir incluso sobre la vida de las mujeres, hijos y esclavos a su cargo.

Con el crecimiento territorial del Imperio se hizo necesario crear una estructura que permitiera la imposición de la autoridad imperial y, por supuesto, el cobro de los impuestos. Para ello requería también un ejército poderoso y bien organizado. Roma crecía a partir de la fuerza de sus legiones.

De este periodo heredamos la existencia de funcionarios especializados (burócratas que permitían al Imperio mantenerse presente en los lugares más alejados de Roma), el cobro de los tributos a las comunidades anexadas al Imperio y la profesionalización del ejército.

Con la división del Imperio romano y su posterior caída, el poder se disgregó de forma considerable. Surge lo que los autores denominan la poliarquía medieval, donde se presentaban diferentes centros de poder. La novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, nos muestra de una forma amplia los conflictos de la época en torno al poder (con la participación de la Iglesia católica, que ya había sido reconocida por Constantino, antes del declive del Imperio romano).

En este periodo destaca la organización de las sociedades en estamentos (nobleza, clero, villanos y siervos), donde la movilidad social no era posible. Al no contar con un ejército poderoso, el rey debía ceder a las peticiones de los nobles (señores feudales) que eran la única autoridad en sus territorios. En la novela La catedral del mar, Ildefonso Falcones nos muestra los excesos que cometían los señores feudales entre las personas que habitaban sus territorios. Las personas que podían desarrollar alguna empresa (sea agrícola o de otra naturaleza) debían pagar altos tributos a los señores feudales por producir en sus tierras. No había posibilidad de poseer la tierra sino solo de alquilarla.

Es difícil señalar alguna herencia de esta etapa a las formas de gobierno actuales, aunque podría sugerirse que la fortaleza de los gobiernos locales (quizás también por influencia de las polis griegas) podría verse favorecida. Sobre todo, por el nivel de descentralización que tenían los feudos, donde los señores feudales actuaban sin ningún control de parte del reino.

En el periodo que va del siglo XVIII al XIX se fortalece la figura del rey. Desde mediados del siglo XVII tenemos al Rey Sol, Luis XIV , quien se convierte en la figura más destacada del absolutismo monárquico. Este rey se enfrentó al poderío español, aliado a los ingleses, y como resultado extendió sus dominios a varias provincias y ciudades españolas.

Si bien es cierto durante este periodo los reyes imponían su voluntad de forma violenta, su cercanía a filósofos y artistas de la época permitió el desarrollo del arte y del conocimiento de forma importante. A esa etapa se le conoce como el Siglo de las Luces.

No es raro que muchos artistas se mantuvieran ligados a las casas reales. Lion Feuchtwanger, en su libro Goya nos narra la relación del pintor español con la casa real y su cercanía a Carlos IV y su esposa María Luisa de Borbón, a quienes retrató en varias oportunidades y quienes en algunas ocasiones lo protegieron de la misma Inquisición.

Durante esta época se dieron muchas reformas en distintas áreas: educación, justicia, agricultura, libertad de prensa y tolerancia religiosa; debido, principalmente, a la influencia que tuvieron filósofos, eruditos y librepensadores en los monarcas de la época.

Los aportes más significativos a nuestras formas actuales de gobierno son el apoyo a las artes y a la filosofía y la innovación en el ámbito político (debido a las reformas que se dieron en diferentes áreas).

El siguiente periodo que destacan los teóricos es el del constitucionalismo limitado (que inició en el siglo XVIII y cuyas instituciones aún permanecen). Se trata de la génesis del constitucionalismo, según el cual los Estados surgen por medio de la constitución (que es un documento que recoge los fundamentos y principios del nuevo Estado).

Según Montesquieu, la constitución deriva de la realidad de determinado orden político; así, cada texto constitutivo responderá a la realidad del grupo social, estado o nación en el que surge. Rousseau considera que la constitución deriva de la voluntad del pueblo; lo cual es cierto, pero debe matizarse. Si bien es cierto las asambleas constituyentes por lo general están constituidas por las élites, la participación del pueblo mediante la protesta social es necesaria para que sus exigencias sean atendidas.

Las principales manifestaciones de este periodo las vemos en la Constitución de los Estados Unidos (1787) y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en Francia (1789). Pero, con las luchas de poder en la naciente República francesa, surgen nuevas constituciones en 1791, 1793, 1795 y 1799. Luego se convierte en un imperio con el surgimiento de la figura de Napoleón Bonaparte.

Eso nos muestra claramente lo que señalábamos al inicio, en el sentido de la fluctuación que se da en las formas de organización de las sociedades (y la violencia que surge durante esos procesos). Pueden darse grandes avances con el surgimiento de estados más igualitarios y respetuosos de los derechos humanos, pero surgen oleadas autoritarias que tratan de imponer la voluntad de dictadores o élites acaudaladas.

Lo que más caracteriza a estas sociedades es que las constituciones que las fundan consagran derechos fundamentales, gobiernos representativos, la separación de poderes y el sistema de pesos y contrapesos. Todos estos elementos fundamentales de las democracias liberales que tuvieron su apogeo en la segunda mitad del siglo pasado e inicios del presente (donde han caído en una profunda crisis de legitimidad).

El último periodo que caracterizan los teóricos es el demoliberalismo, que actualmente está en aplicación en muchos Estados. El régimen que aplica en este sistema es la democracia, donde la participación del pueblo en el ejercicio del poder es necesaria. Esta participación se da generalmente mediante el sufragio; no obstante, en las democracias más desarrolladas se da una mayor incidencia. En Costa Rica existe la posibilidad de que se presenten proyectos de ley por iniciativa popular, por ejemplo.

Actualmente, el debilitamiento de los partidos políticos y la falta de participación de los ciudadanos en los procesos políticos ha debilitado considerablemente las democracias liberales. Una ola de autoritarismo se ha extendido por todo el planeta, incluso en países democráticos, donde algunos políticos han adoptado discursos populistas y sobre la base de mentiras, posverdades y el uso de las redes sociales y, probablemente ya pronto, de la inteligencia artificial, les dicen a los electores lo que quieren escuchar, aunque sus planes de gobierno difieran del beneficio de las mayorías.

Creo que es vital conocer la historia del desarrollo político de nuestras sociedades para descubrir esos puntos críticos que se han dado y las formas que han utilizado los pueblos para superarlos. En este momento es mediante el estudio, una mayor participación, el fortalecimiento de los partidos políticos y la participación ciudadana activa, que lograremos incidir de mejor forma en el resultado de las elecciones y en la labor que realizan los funcionarios que hemos elegido.

Creo que podemos tomar la frase de Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana (George Santayana) en el sentido de que “quien olvida su historia está condenado a repetirla”. No debe ser mediante la violencia que ocurran los cambios en nuestra sociedad. Los acuerdos políticos, la participación y la empatía son los instrumentos que deben guiar nuestras decisiones. El beneficio de la sociedad debe prevalecer sobre los intereses egoístas de las personas. Es necesario no solo que hablemos más, sino que sepamos escucharnos.



[1] Citado en el artículo de Daniel Mediavilla, “La aparición de los Estados provocó un pico de muertes violentas hace 6400 años”. En: El País, 9 de octubre de 2023: https://elpais.com/ciencia/2023-10-09/la-aparicion-de-los-estados-provoco-un-pico-de-muertes-violentas-hace-6400-anos.html?sma=elboletindemateria_2023.10.14_3&utm_medium=email&utm_source=newsletter&utm_campaign=elboletindemateria_2023.10.14_3

 [2] Pacheco, página 87.

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