Una de las desventajas que tenemos los
cinéfilos ticos, es la poca distribución de películas que se da en el país,
adonde llegan solo los filmes que han tenido algún éxito en taquilla. De vez en
cuando podemos ver alguna película que no llene este requisito, aunque
generalmente luego de varios años de su estreno. Otras veces nos llegan algunas
buenas películas recién salidas del horno, pero están tan poco tiempo en
cartelera, que si no estamos atentos nos las podemos perder.
A mí me apasiona el cine, pero como
debe ser, en una sala de cine. No me gusta tanto verlas en el televisor, aunque
a veces no queda otra opción. Muchas veces no alquilo el video o me prendo de
las programación en la tele, con la esperanza de que la Sala Garbo o el Cine Universitario (UCR) proyecte alguna de las películas que llegaron al país y
pasaron volando o que del todo no llegaron a las salas de los moles (porque ya
sin el Magaly no queda más remedio que ir a esos horribles lugares con ese
desagradable olor a palomitas dulces).
Pero mejor dejo a un lado mi
"pitufo gruñón" interno y les comento de mi más reciente visita a la
Sala Garbo, para ver El secreto de sus ojos, del director Juan José Campanella (quien ha dirigido algunos
capítulos de la serie de televisión House).
Esta película fue estrenada en el año 2009 y obtuvo el premio Óscar a la mejor
película en habla no inglesa, pero como les contaba, no es sino hasta ahora que
tengo la oportunidad de verla.
Está basada en la novela del escritor
argentino Eduardo Sacheri, La pregunta de
tus ojos; y, tal y como se adelanta
en el título (tanto del filme como de la novela), cuenta una historia donde la
mirada es la protagonista: la mirada de la víctima, la mirada del asesino, la
mirada del viudo, la mirada de Irene...
Se dice que los ojos son el espejo del
alma. Más allá de la posibilidad de saber el tipo de persona que tenemos al
frente con tan solo mirar a sus ojos, lo que sí es claro es que los ojos hablan
(creo que alguno de los personajes lo dijo y ahora yo le robo la frase, como
probablemente él o ella se la robó a alguien más); sin embargo, a veces no
queremos escuchar lo que nos dicen. Benjamín, enamorado de Irene, prefiere no
leer en su mirada y se concentra en la mirada de la víctima, en la mirada de su
asesino y en la mirada de su viudo. Esa historia transcurre en forma paralela a
la historia de su vida, pues en buena medida la marcó por más de veinticinco
años.
Su habilidad para leer en la mirada le
permite esclarecer el crimen, pero a la justicia no le favorece demasiado la
venda que cubre sus ojos, pues los políticos corruptos siempre hacen con ella
lo que les da la gana mientras ella juega con su balanza. El caso es que aquí
el criminal no cumple con la cadena perpetua a que había sido condenado, y no
solo eso, sino que tiene el suficiente poder para obligar a Benjamín a alejarse
por veinticinco años de su vida, de su trabajo y de Irene.
El tiempo pasa y Benjamín, ya retirado,
decide escribir sobre esa historia que lo ha acompañado buena parte de su vida.
Morales, el viudo, le recomienda que deje de pensar en el pasado, pues "va
a tener mil pasados y ningún futuro". Irene, la mujer de las miradas que
enamoran a Benjamín y que él torpemente ignora, ya le había dado una gran
lección de vida al afirmar "[m]i vida entera ha sido mirar para adelante.
Atrás no es mi jurisdicción. Me declaro incompetente".
Sin embargo, su insistencia le permite,
una vez más, descubrir lo ocurrido y calmar sus recuerdos y, ahora sí,
concentrarse en el futuro; pero, sobre todo, a partir de su presente. Ese
presente que no sería fácil (como lo afirmaba Irene), pero que le permitiría vivir
la vida que había deseado todo ese tiempo. Era claro que tenía que dejar atrás
el pasado para recuperar su vida o, más bien, para vivirla.