10 de noviembre de 2008

El placer de la lectura

En las últimas semanas, hemos sido informados de múltiples actividades que tienen como propósito fundamental, promover el gusto por la lectura. No es un secreto para nadie que la mayoría de los habitantes de este país no lee ni siquiera los textos que conforman su programa de estudios (en aquellos casos en que se encuentra incorporado a una institución educativa); ni qué decir de las personas que se han apartado de los estudios formales.

Sin embargo, a pesar de todas las “técnicas publicitarias”, pareciera que resulta más placentero para algunos encender la televisión y permitir que pasen frente a sus ojos las escenas de la pésima programación que inunda nuestras televisoras locales. Pertenecemos a una generación que por inercia, ha crecido pegada a la televisión. Y los malos programas que se transmiten (particularmente en los últimos años), no nos exigen mayor trabajo mental. Producto de esto se da una especie de atontamiento que se refuerza en el sistema educativo, donde el lema –más ajustado con la realidad- debería ser: “prohibido pensar”. Ya casi nadie lee las noticias en los periódicos porque prefiere ver “caras bonitas” en la televisión describiéndole el “mundo perfecto” en el que vivimos. En los últimos días hemos sido testigos de la suerte que corre el periodista inteligente que quiere hacer un mejor análisis de las noticias, y dialogar con un público a su mismo nivel.


¿Cómo entonces podemos promover el deleite por la lectura ante estas circunstancias? El placer por el texto (y aquí extiendo el significado de este término no sólo al texto escrito, sino al texto cinematográfico, televisivo, publicitario e, inclusive, al texto que es una persona, el discurso político, el discurso amoroso, etc.) es algo imposible de describir. Todos conocemos la imposibilidad que existe de describir un inmenso placer que hemos vivido. No es lo mismo ver una película que contarla, como tampoco lo es que nos describan una relación amorosa que vivirla, y existen infinidad de ejemplos más, respecto de esa imposibilidad de contar el placer.


La lectura, el placer de la lectura, es un sentimiento del que sólo podemos saber cuando leemos. No obstante, nuestra formación cultural (basada en principios religiosos, fundamentalmente), nos aparta de los placeres por ser estos pecaminosos. Roland Barthes en El placer del texto, afirma lo siguiente: “Según parece un francés de cada dos no lee, la mitad de Francia está privada –se priva del placer del texto. Generalmente se deplora esta desgracia nacional desde un punto de vista humanista como si despreciando el libro los franceses renunciasen solamente a un bien moral, a un valor noble. Sería mejor hacer la sombría, la estúpida y trágica historia de todos los placeres objetados y reprimidos en las sociedades: hay un oscurantismo del placer”.

Tal afirmación bartheana es aplicable también a la sociedad costarricense. El teórico francés, señala además que la “sociedad parece a la vez tranquila y violenta, pero sin lugar a dudas es frígida”. No existe en la sociedad moderna la predisposición al placer de la lectura. Los noticiarios de la televisión no nos permiten sentir las noticias. Nos presentan por algunos segundos escenas dolorosas de los enfrentamientos entre judíos y palestinos, pero en forma inmediata aparecen los “goles de la jornada” o las últimas noticias que los publicistas de la farándula han inventado para nosotros.


La única forma de disfrutar del “placer del texto” (de cualquier texto), es renunciando a la frigidez y abriendo nuestra mente y nuestro corazón a la lectura.