11 de enero de 2009

Terremoto en Costa Rica

El jueves pasado estaba en casa almorzando con familiares cuando la mesa, las paredes, el piso... todo empezó a moverse. Ya estamos acostumbrados a los temblores, al vivir en un país en el que abundan; sin embargo, no dejamos de sentir que nos falta el aire y el corazón se nos detiene mientras esperamos que acaben los eternos segundos que dura el movimiento sísmico. Durante segundos perdemos el ilusorio control que tenemos sobre nuestras vidas y nuestro entorno y solo quedamos a la espera de lo que pueda ocurrir... quedamos en manos de la naturaleza... esa que destruimos cada día un poco más, con la producción inmoderada de basura.

Luego de que pasa el movimiento más fuerte, quedamos a la espera de las réplicas y con el temor de que una de ellas sea tan fuerte como la que nos sacó de la rutina. Cuando logramos calmarnos un poco, corremos a encender la televisión o la radio para que nos digan lo que ya sabemos, que tembló y muy fuerte, y ahí absorbemos datos reales y falsos, estos últimos producto de la histeria colectiva.

En esta oportunidad las consecuencias del temblor fueron más allá de los sustos y los pequeños daños materiales que se presentan normalmente. Hoy, alrededor de 15 personas han muerto, enterradas entre los escombros. Dos pequeñas niñas fueron aplastadas mientras vendían cajetas; otra joven murió en su casa; muchos quedaron encerrados en sus vehículos...

Circunstancias como estas son las que nos recuerdan que con el nacimiento cargamos sobre nuestras espaldas el peso de la muerte. Si pensáramos siempre en ello, nos embargaría la depresión y no disfrutaríamos de la vida. Pero estas situaciones límite en las que por un momento nos acercamos a ella, sea por el temor ante la fuerza de la naturaleza o por la pérdida de un ser querido, nos recuerdan ese destino nefasto al que todos estamos ligados.

También en estos momentos se muestran las almas grandes. Personas que se dirigen en forma inmediata al epicentro a dar su ayuda a los afectados. En la televisión se habló de un señor que llevó cuatro cuadraciclos y los prestó para ser utilizados en las labores de rescate. Los miembros de los cuerpos de bomberos, la Cruz Roja, los servidores de los centros de salud en todo el país... todos ellos van más allá de sus deberes y se entregan a las tareas de rescate.

Toda la ayuda del mundo será insuficiente para aliviar el dolor de haber perdido a un ser querido, pero la colaboración del vecino, del hermano, del compatriota, del desconocido; será un fuerte apoyo para levantarse en estos momentos críticos.