Por fin ha llegado el final de cuatrimestre, ya sin obligaciones académicas sobre mis espaldas, puedo darme el lujo de disfrutar plenamente el mes de diciembre, el mes de la navidad, de los vientos alisios y de las sonrisas. El mes en el que los niños están en sus casas tratando de convencer a sus padres de que se han portado muy bien a lo largo del año y esperan recibir el premio a su esfuerzo (convertido en regalos, por supuesto).
Este será el primer año en que no tenga a mi lado a mi mamá para disfrutar de los aires navideños y de los tamales. Aunque los dos últimos años no hemos podido disfrutarlos en grande, debido a la enfermedad que padeció, siempre estuvo ahí con una sonrisa y con el antojo de un tamal (que nunca sería tan bueno como los que ella hacía). Desde muchos años atrás iniciamos la costumbre de ir juntas a la misa de gallo. Cuando se puso malita, el plan era verla por la televisión o escucharla en la radio (nunca llegaba a tiempo para compartirla con ella en ese nuevo medio, pero me quedaba un rato a su lado sosteniendo su mano y contándole infinidad de cosas). Este año, no quiero faltar a la cita, sé que ella estará ahí conmigo.
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