El día de hoy es ocasión interesante para preguntarnos acerca de la mujer como integrante del mundo de la producción científico-tecnológica.
¿Es suficiente para que ella pueda cumplir con tareas de investigación científica o de apoyo a la investigación, que se le abran las puertas de las universidades y se le aseguren después tanto posibilidades laborales como de crecimiento intelectual?
La respuesta es que no. Además de eso, que ya se ha producido y con un volumen considerable, hay otras cosas que son tanto o más importantes que accesos más o menos fáciles a las instituciones.
Concretamente queremos referirnos a la necesidad que hay de llevar adelante un desmantelamiento de prejuicios, de sentimientos y, en fin, de ideologías, que hacen que aun cuando institucionalmente la mujer tenga ya asegurado el ingreso en los aparatos de ciencia y tecnología, esas puertas sigan todavía cerradas.
De este modo la lucha de la mujer por el lugar que debe tener en el desarrollo de la sociedad humana y en particular en este campo que nos interesa, el de la ciencia y de la tecnología, ha de estar acompañada de una permanente puesta en cuestión de los estereotipos desde los cuales aún se define a la persona femenina y su papel.
No se ha de olvidar que hasta hace muy poco, la investigación científica era tarea de hombres y no de mujeres. Que las mujeres han ingresado inicialmente como personal de apoyo, más que como personal investigativo. Que los centros regionales fueron hechos para varones y no para mujeres.
¿Ejemplos? Pues ahí tenemos el nuestro. Habrán de saber Uds. que cuando se planteó la posibilidad de organizar nuestro Jardín Maternal, hubo quienes se extrañaron. No entraba en la estructura de nuestro Centro tal organismo. Mejor dicho, no entraba en la estructura mental de muchos, que tal institución formara parte de nuestro CRICYT. Felizmente ahí está y con él nuestras mujeres, o por lo menos un conjunto significativo de nuestras compañeras mujeres, han comenzado a descubrir que también la ciencia se puede hacer, integrando aspectos inevitables a la cotidianidad femenina, a la tarea del laboratorio o del escritorio.
Con ese mismo espíritu y con el apoyo también de colegas mujeres iniciamos la formación de una Biblioteca Femenina y hemos impulsado a la formación de una mesa de lectura, de un club o como se le quiera llamar, destinado al aprovechamiento de esa Biblioteca que muy probablemente sea una de las pocas, lamentablemente, en nuestro medio.
En fin, aquí estamos reunidos y reunidas, para solidarizarnos con una realidad que recién desde no hace muchos años ha comenzado a ser descubierta en todos sus alcances: la marginación de la mujer y los medios de control, muchos de ellos no conscientes, con los cuales se mantienen las formas diversas de disminución de la persona femenina, de separación y por cierto de explotación. No olvidemos que si un obrero es explotado, él lamentablemente explota a su mujer y que en la escala de seres humanos marginados, la mujer, aun la de las clases altas, es siempre la que ocupa el segundo lugar.
Habíamos hablado antes de la necesidad de desmontar estereotipos. Tarea improba, pero no por eso irrealizable. Una literatura pasmosa pesa sobre la figura de la mujer. Una literatura de siglos, que aún se mantiene lozana y vigente en todo aquello que confirma esa situación de desigualdad y de injusticia.
Terminaré recordando a una antiquísima mujer, la única que figura como filósofa en un también antiguo libro y muy célebre que lleva por título Vidas, opiniones y sentencias de varones ilustres, escrito por Diógenes Laercio en la Antigüedad Clásica. Me refiero a Hiparquia, antecedente de la mujer científica de nuestros días. Un hermano suyo había estudiado con el célebre Teofrasto, el discípulo de Aristóteles. Ella, a más de saber de los estudios de su hermano, se había entusiasmado con las lecciones de filosofía de Crates, de la secta de los cínicos. Se incorporó a la escuela ambulante de este filósofo, vistió el mantón rústico y sucio que ellos se jactaban de usar para expresar su desprecio del lujo y tanta fue la devoción y el entusiasmo con el que se entregó a la filosofía, que los cínicos, cuando murió, instituyeron en su recuerdo una fiesta que se celebraba anualmente en Atenas, en la Stoa Poikíle (el Pórtico Decorado), con el nombre de Kynogámia o día de la incorporación de la mujer al mundo de la filosofía cínica. Esto es una prueba elocuente de que era un hecho no difundido en la Antigüedad Clásica, en la que no era concebible el ingreso de las mujeres a las escuelas de ciencia.
Pues bien, Hiparquia, que con gran escándalo de la ciudad ateniense asistía a los banquetes de los filósofos y discutía con ellos de igual a igual, en una ocasión, según cuenta Diógenes Laercio, un filósofo molestado por su presencia y seguramente para herirla le dijo luego de haberla escuchado: "¿Eres tú la que dejaste la tela y la lanzadera?".
Hiparquia le contestó: "Si, yo soy. ¿Te parece por ventura, que no he hecho poco por mí al entregar a las ciencias el tiempo que tendría que haber entregado a la tela?".
Han pasado siglos, la pregunta se la sigue haciendo y la respuesta sigue siendo válida.*[Primera edición de Ética del poder y moralidad de la protesta. La moral latinoamericana de la emergencia, autorizada por Arturo Andrés Roig para el Proyecto Ensayo Hispánico. El libro está fechado en Mendoza (Argentina) en 1998. Edición preparada por José Luis Gómez-Martínez]
Tomado de: http://www.ensayistas.org/filosofos/argentina/roig/etica/etica16.htm