Durante estos caóticos días en los que las calles josefinas (y de más allá) están llenas de vehículos y las personas van de acá para allá zigzagueando entre la acera y la calle, ante la imposibilidad de caminar por el espacio que les corresponde en las aceras, pensé en las soluciones que históricamente han recomendado para desahogar un poco el área metropolitana. En ese recuento recordé un comentario que escribí en el 2001 que me pareció muy simpático y quisiera compartirlo con ustedes. En todo caso, creo que la solución está en convertir el centro de la ciudad en un lugar bonito para caminar (al fin y al cabo, caminar es saludable), y eliminar el transporte vehicular (salvo contadas excepciones).
Siempre que escucho a los “especialistas” referirse a las soluciones para el exceso de tránsito de vehículos en el centro de San José, quedo pasmada cuando afirman, con la seriedad que generalmente nos convence a quienes carecemos de su formación técnica, que el problema se resolvería sacando del centro el transporte público, sea, los autobuses, busetas y microbuses. Digo que quedo pasmada frente a esa afirmación, porque me parece ilógica. ¿Cómo es posible que sea mejor sacar del centro un medio de transporte que lleva alrededor de 50 personas, para darle espacio a los vehículos particulares que muchas veces solo llevan a su conductor?
Luego yo, siempre de “mal pensada” me contesto que probablemente estos “especialistas” tengan su vehículo particular; que los funcionarios públicos que los contrataron, tengan su vehículo particular; que los políticos que nombraron a los funcionarios públicos, tengan su vehículo particular; que los comerciantes que financiaron las campañas que convirtieron a los políticos en funcionarios públicos, tengan su vehículo particular…
Y, como no quiero pecar de “mal pensada”, dedico buena parte de mi tiempo a reflexionar sobre el tema: ¿a qué se debe que la solución sea quitar el transporte público del centro y no limitar el ingreso de los vehículos particulares?
Y brotan en mi mente imágenes de todos los “pobres diablos”, por supuesto yo incluida, que no tenemos carro y debemos caminar desde donde nos deja el autobús hasta nuestro trabajo. Me imagino los accidentes peatonísticos por el exceso de tránsito en las intransitables vías –valga la contradicción- llenas de huecos, hechas de material resbaladizo, obstaculizadas por los incontables puestos de venta con o sin permiso municipal y, en muchos casos, con espacio suficiente para una sola vía.
Pero… debo ponerme seria y evitar estos pensamientos que brotan de mi inconsciente, tan golpeado como mi cuerpo en el “rally” cotidiano hacia mi trabajo. Y digo que debo ponerme seria porque es necesario estar a la altura de los “especialistas” que pretenden que el bus me deje “botada”a dos kilómetros de mi destino, sin ofrecerme una opción mas que la de comprar tenis y cambiarlas por los tacones, antes de iniciar la travesía.
Sin embargo, no logro contenerme porque por absurda, la propuesta de los “especialistas” solo logra que me invada la risa; aunque, como dice un triste bolero que alguna vez escuché: “río por no llorar”.
Siempre que escucho a los “especialistas” referirse a las soluciones para el exceso de tránsito de vehículos en el centro de San José, quedo pasmada cuando afirman, con la seriedad que generalmente nos convence a quienes carecemos de su formación técnica, que el problema se resolvería sacando del centro el transporte público, sea, los autobuses, busetas y microbuses. Digo que quedo pasmada frente a esa afirmación, porque me parece ilógica. ¿Cómo es posible que sea mejor sacar del centro un medio de transporte que lleva alrededor de 50 personas, para darle espacio a los vehículos particulares que muchas veces solo llevan a su conductor?
Luego yo, siempre de “mal pensada” me contesto que probablemente estos “especialistas” tengan su vehículo particular; que los funcionarios públicos que los contrataron, tengan su vehículo particular; que los políticos que nombraron a los funcionarios públicos, tengan su vehículo particular; que los comerciantes que financiaron las campañas que convirtieron a los políticos en funcionarios públicos, tengan su vehículo particular…
Y, como no quiero pecar de “mal pensada”, dedico buena parte de mi tiempo a reflexionar sobre el tema: ¿a qué se debe que la solución sea quitar el transporte público del centro y no limitar el ingreso de los vehículos particulares?
Y brotan en mi mente imágenes de todos los “pobres diablos”, por supuesto yo incluida, que no tenemos carro y debemos caminar desde donde nos deja el autobús hasta nuestro trabajo. Me imagino los accidentes peatonísticos por el exceso de tránsito en las intransitables vías –valga la contradicción- llenas de huecos, hechas de material resbaladizo, obstaculizadas por los incontables puestos de venta con o sin permiso municipal y, en muchos casos, con espacio suficiente para una sola vía.
Pero… debo ponerme seria y evitar estos pensamientos que brotan de mi inconsciente, tan golpeado como mi cuerpo en el “rally” cotidiano hacia mi trabajo. Y digo que debo ponerme seria porque es necesario estar a la altura de los “especialistas” que pretenden que el bus me deje “botada”a dos kilómetros de mi destino, sin ofrecerme una opción mas que la de comprar tenis y cambiarlas por los tacones, antes de iniciar la travesía.
Sin embargo, no logro contenerme porque por absurda, la propuesta de los “especialistas” solo logra que me invada la risa; aunque, como dice un triste bolero que alguna vez escuché: “río por no llorar”.
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