El cine siempre ha sido mi pasión. Recuerdo que de niña, era feliz cuando la escuela organizaba una función en el cine Roble de Alajuelita, porque teníamos que comprar al menos una entrada, y eso me aseguraba la asistencia.
No teníamos muchos recursos económicos, así que las visitas al cine eran ocasionales. Recuerdo una vez que mi mamá me llevó, junto a mis otros hermanos, a ver Astroboy. También recuerdo haber visto una película que se llama El karateca rompehuesos. Y, creo que la última película que vi en ese cine fue con mi papá.
En el colegio tuve la oportunidad de ver alguna de las películas de la pantera rosa en el cine Zaida, gracias a que mi colegio, el Liceo del Sur, se vería beneficiado con la taquilla.
Al ingresar a la Universidad de Costa Rica, tuve la dicha de asistir a las funciones de la Cinemateca de Estudios Generales, lo que me permitió disfrutar de películas que no hubiera podido apreciar de otra manera. No olvido cuanto lloré viendo Ifigenia. El curso de Apreciación de cine, del ciclo de Humanidades, modificó mi mirada de tal forma que ya no eran esos ojillos asombrados ante el espectáculo de la cinematografía, los que absorbían cada escena.
El trabajo me dio la posibilidad de contar con mayores recursos y posibilidades para ir a todos esos cines que había en San José. Las visitas al cine se hicieron más regulares, hasta adoptar la costumbre de ir al menos una vez a la semana. Antes de que construyeran el mol en San Pedro, yo disfrutaba del sétimo arte en el majestuoso cine Rex, en el Bellavista, el Capri, el Universal, el California, ahora inexistentes; y en el Magaly, la Sala Garbo y hasta en el Laurence Olivier.
Últimamente mis visitas al cine se han distanciado. Pareciera que los días ya no alcanzan para todo lo que hay que hacer. Los momentos desocupados quiero disfrutarlos al máximo al lado de mi pareja, quien no comparte mi pasión por el cine.
Ahora, en lugar de sentarme, como el personaje de Kosinsky en Desde el jardín, mirando lo que sucede en la pantalla, me he convertido en la protagonista de mi propia historia. Me he dedicado a construir una vida al lado de la persona que amo y un espacio para desarrollarme profesionalmente.
Sin embargo, el cine, como el teatro griego en su momento, siempre será ese espacio en el que junto con el protagonista escaparé de las balas, me enamoraré o lloraré por un dolor irresistible; allí seré una descubridora o creadora de nuevos mundos; una mujer exitosa o una fracasada; seré una heroína o seré la persona más triste del planeta.
En el cine siempre tendré la posibilidad de reír, llorar, asombrarme y vivir todo tipo de emociones, sin que deba mantenerlas en forma permanente, sin que sean realmente mías. Solo me quedará la satisfacción que produce resordar esos momentos en los que la ficción parece ser parte de la realidad... de mi realidad.
26 de septiembre de 2010
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Una de las cosas que no me gusta del cine, es lo impersonal. No dudo que sea íntimo. Esa construcción de una realidad con los personajes, en las zonas comunes que los guionistas y directores reconducen, desde los ideales del amor hasta los ominoso del terror. Pero si la película no te atrapa, no te emociona o no te deja con una pregunta o una respuesta...fueron dos horas al lado de alguien y sin hablar. No me considero la más o mejor conversadora. Me toma mucho tiempo llegar a ello. Pero sin duda, las más de las veces disfruto la compañía de esa persona amada, de los amigos, de la familia, hablando de todo y de nada...pero viéndonos a los ojos...eso no obsta reconocer que una buena película y una gran compañía pueden ser un oasis en medio del corre corre de un día de 34 horas como quien se jala la travesura de robarle tiempo a los deberes y hasta al mismo descanso.
ResponderEliminarQue comentario tan simple, tan sincero, y con eso, tan profundo igualmente.
ResponderEliminarNo se entiende simple como peyorativo, sino como transparente.
Me sentí identificado con la forma de expresar lo que es, fue y sigue siendo el cine para vos, o Ud según el caso.
Gracias por compartir.